Haciendo valer la fórmula atribuida al siniestro zar de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, “una mentira repetida una y otra vez termina convertida en verdad”, hay quienes aplican aquello de que “difama, difama, difama …que algo queda”, echando a rodar sin piedad honras y reputaciones en la falsa creencia de que todo puede decirse sin control a través de los medios de comunicación social, escudándonos en que “eso fue otro que lo dijo; yo solo me hago eco de lo que circula por ahí”. Errada apreciación e interpretación de lo que es la libertad de expresión, que no es una herramienta para acabar con medio mundo y seguir tal cual. Obviamente, hay quienes así lo interpretan y actúan en base a esa interpretación, producto de su falta de formación, de la ausencia de valores y/o por el afán de sobresalir a cómo de lugar. No obstante, la honra y reputación de las personas es protegida por el principio del respeto al derecho ajeno y las buenas costumbres.
Vienen a colación estas reflexiones para separar la difamación y la injuria del derecho de los medios de comunicación y de los periodistas a informar, ya que hay quienes confunden una cosa con otra, en la falsa creencia de que para ser buen comunicador hay que hacer revelaciones, hablar duro, utilizar términos fuertes y acabar con los demás.
Además, nadie puede protegerse en el principio de la libertad de expresión y difusión del pensamiento para hacerse eco de rumores y especulaciones que afecten la honra y el buen vivir de los demás, no importa la investidura que estos ostenten.
En ocasiones, y aquí lo estamos viendo con mucha frecuencia, hay ejercitantes del derecho a expresarse que se exceden en el enfoque de situaciones y hechos, y creyéndose la última coca-cola en el desierto, se consideran intocables y dueños absolutos de la razón, para lo cual la ley tiene parámetros, que aplicados con justeza ponen las cosas en orden y desnudan ante la sociedad a los difamadores, que al mismo tiempo se tornan en extorsionadores y delincuentes vulgares. Así como suena…