“¡Tranquilos buscones de todos los rincones del país: el botín finalmente ha llegado! ¡No os desesperéis que todo el que trabajó en la campaña, todo el que derramó sudor, todo el que salió a buscar votos, no por el bienestar del país ni de la institucionalidad, ni de la equidad, sino para buscarse lo suyo, tendrá lo suyo! Es cuestión de tiempo. Ya exterminamos a la plaga morada que azotó y devastó el país como ningún huracán lo ha hecho. ¡Ahora nos toca a nosotros! ¡La repartición ha comenzado y a todos los perremeistas les tocará su pedazo, porque el estado, como el océano es inacabable!”
No fueron esas las palabras de la gobernadora de la Vega, Luisa Altagracia Jiménez Cabreja, pero bien pudieran haber sido. Imbuida de la misma euforia que sintieron una vez en su época de bonanza los ahora derrotados peledeistas, y que ellos vislumbraban como eterna, la ahora flamante gobernadora de la Vega afirmó en una congregación del PRM en esa provincia que “estaremos vigilando para que no quede un solo perremeista que no tenga lo que se haya ganado en estas elecciones pasadas.”
La gobernadora utilizó el verbo “estar” en plural. Y quien conoce su gramática sabe que esa forma verbal contiene implícito el pronombre “nosotros”. Habría que preguntarse, entonces, si la gobernadora habló solo a nombre de su clan provincial o si, por uno de esos deslices del inconsciente, se refirió a su partido en general.
Lo cierto es que las palabras de la gobernadora, y solo el tiempo nos corroborará o desmentirá, parecen ser un indicio de que de su partido incurrirá en la misma repartición de botellas, botellones y brugalitas en la que incurrieron los peledeistas quienes, como las peores tribus depredadores de las que da cuenta la historia universal, causaron en su paso por el estado una de las mayores devastaciones jamás vista en nuestra historia.
Que los peledeistas depredaron el estado es ya un hecho irrefutable. Pero al principio, como buenos actores, por lo menos trataron de guardar las apariencias, escudándose en aquel lema de “servirle al partido para servirle al pueblo”, que resultó, como todos sabemos ya, una de las más grandes farsas que registra nuestra reciente historia republicana. La gobernadora de la Vega, por el contrario, ha sido lo suficientemente explícita en sus palabras, las cuales revelan la concepción del estado como una piñata que se reparten a sus anchas quienes lo administren para su propio beneficio. Es una idea que retrata la que hasta ahora ha sido la práctica política tradicional ejecutada por la partidocracia dominicana, es decir, la política como negocio o como inversión que produce beneficios a sus inversionistas. Esos inversionistas son de distintos calibres: los hay pesos plumas, como la infantería compuesta por buscones de baja categoría que se arriman al partido con mayor posibilidad de ganar unas elecciones y, por otro lado, los empresarios de alta jerarquía que se arrimarán también a quien mejor les garantice la preservación de sus jugosas ganancias. Estos últimos empezaron a desertar en masa a Danilo Medina cuando se percataron del desgaste en que este estaba cayendo y se fueron en banda a engrosar las filas del PRM.
¿Qué no hay cargo para un compañero del partido? No importa, se le crea uno. Se crean cargos para hombres, no tanto hombres para cargos. Por eso ha causado tanto revuelo la modificación de la ley para nombrar a Wellington Arnaud en el INAPA aun cuando este no cumple con los requisitos estipulados para ocupar ese cargo.
Si algo tiene que cuidar un político son sus palabras, y la gobernadora de la Vega ha cometido una indelicadeza al afianzar, con su promesa de empleo para todos los perremeistas, la ancestral tradición en nuestra historia que ve el estado como despojo que debe ser repartido a los vencedores de una batalla electoral. ¿Qué debió haber guardado las apariencias y no ser tan explícita? Eso se hace en otros países, no aquí. A final de cuentas, y como dijo un troglodita del hoy desprestigiado Partido de la Liberación Dominicana, aquí se cree que “el poder es el poder y el poder no se desafía”.
Excepto que el susodicho troglodita se equivocó: la historia enseña que el poder no solo se desafía, sino que se les arrebata, como lo demostraron las pasadas elecciones, a quienes mal lo administran.