En el Censo Nacional de Población y Vivienda celebrado en el año 1950, la provincia de Samaná, que en ese entonces estaba constituida por los municipios o comunes de Samaná, Sánchez, Julia Molina, Cabrera y el distrito municipal de Río San Juan, el total de habitantes en toda la provincia fue de 83,263; donde aparecía Río San Juan con 6,247, de los cuales 741 personas vivían en la zona urbana y 5,506 en la zona rural.
Estos datos concuerdan con los que me aportara en vida el doctor Pedro Jorge Blanco, quien llegó a Río San Juan en 1948 e hizo un censo de las viviendas, contando 148 casas, de las cuales 20 estaban techadas de zinc y el resto de yaguas y canas.
Las casas techadas de zinc tenían casi todas sus aljibes donde se almacenaban las aguas de lluvias, que en ocasiones, como la pluviometría era muy alta, el abasto duraba todo el año. Pero cuando se presentaban veranos con pocas lluvias era necesario buscar agua en el río San Juan o en el Arroyo Grande, ambos a varios kilómetros de distancia. Porque la marea del mar influía en las aguas del río, se conseguía agua para consumo humano en el Paso del Aguacate, hoy Tablón o La Represa.
Existían también en los patios las llamadas “Casimbas”, que eran hoyos que se hacían para obtener agua salobre, que solo servía para lavar los pisos u otras tareas similares.
De todo lo antes dicho con respecto al abasto de agua potable, si había un pueblo que precisaba de un acueducto era Río San Juan. Así se le planteó a Trujillo y el lo comprendió.
Además de la falta de un acueducto, Río San Juan adolecía también de carretera, pues la comunicación y comercio se hacia por la vía marítima, a lomo de caballo o a través de un camino vecinal hasta Cabrera, por donde transitaban solo Jeep o vehículos de doble tracción si no era época de lluvia.
Sí se recibía diariamente, traído por el “Posta” (dominicanismo por Post-man), el periódico El Caribe, cuyos 25 ejemplares eran distribuidos entre empleados públicos y suscriptores a un precio de 5 centavos, que eran cobrados por Román Alonzo, en ese entonces Secretario del Partido Dominicano. Entre los subscriptores se encontraba mi padre Augusto Perozo, que pagaba religiosamente $1.50 peso cada mes.
Otro medio efectivo de comunicación lo constituía la oficina local de correos y telégrafo, con aquellos telegrama que se pagaban por el numero de palabras en el texto.
En ese ambiente bucólico, apacible y familiar, esperando diriamente el periódico o pendiente a un telegrama oficial, se vivía en Río San Juan.
La visita de Trujillo a Río San Juan
En una tranquila mañana del mes de febrero de 1952, salió alborozado el agente de correos de nombre Diógenes Paula con dos telegramas con el mismo texto, uno dirigido al Síndico Municipal Juan Florimón y el otro a Eudocio Bonilla, presidente del Partido Dominicano, y en sus letras decía: “EL GENERALISIMO TRUJILLO PASARA POR RIO SAN JUAN EL PROXIMO VIERNES EN SU RECORRIDO POR LA COSTA NORTE DEL PAIS. SIRVANSE PREPARAR CALIDO RECIBIMIENTO”.
Desde ese mismo día se constituyó una comisión presidida por los señores Bonilla y Florimón, con Román Alonzo y Nicanor Estévez como miembros, y el señor Eurípides Brea en la secretaría.
El señor Eurípides Brea era a la sazón secretario del Juzgado de Paz, donde había llegado trasladado de uno de los pueblos del sur, de donde era nativo.
Junto a la comisión de recibimiento, se constituyó un comité de damas quienes tendrían a su cargo la elaboración de los alimentos y bebidas a consumir por Trujillo y su comitiva. Este comité lo dirigían las señoras Thelma de Guzmán, Diana Mena de Alonzo y la encargada del banquete, Claudia Alvarado.
Desde que se creó la comisión de bienvenida, esta tuvo a su cargo la organización del recibimiento y elaboró las dos peticiones que se le harían a Trujillo. La primera: Construcción de una vía de acceso a Río San Juan; y la segunda: La construcción de un acueducto.
Con tal fin, se prepararon carteles con ambas peticiones y se organizó un grupo de humildes mujeres, que esperarían a Trujillo con latas de agua sobre sus cabezas y portando los cartelones alusivos a la petición del acueducto.
Llegó el gran día de la llegada de “El Jefe”, que lo hizo a caballo desde Gaspar Hernández, y algunos funcionarios, incluidos su hermano Héctor (Negro) lo hicieron desde Cabrera en vehículos militares.
El director de la Escuela Primaria, la única en ese tiempo, nos llevó en formación a todos los estudiantes hasta la boca del río San Juan, y ya debajo de los árboles, nos pidió lo siguiente: “cuando “El Jefe” pase frente a nosotros, debemos decir un “Viva Trujillo”, tan fuerte que a los árboles se le caigan las hojas”. Después de esto, muchos miraron hacia arriba para ver si realmente caían las hojas.
Trujillo cruzó el río San Juan a bordo de un bote con motor fuera de borda, propiedad de Panchito Papaterra, y los caballos lo hicieron vadeando el río por la parte más baja, pues en esa época la barca estaba en reparación.
Desde su llegada pidió ser llevado a la casa de Generoso Alvarado, cumpliendo lo prometido a Manuel de Moya Alonzo, primo hermano de Generoso. Allí se había preparado un banquete con una gran variedad de platos, elaborados por una hija de la casa, Claudia Alvarado Adames, madre de Jaime Daniel Sánchez, quien desde muy joven había dado muestra de ser una fina cocinera.
Trujillo rehusó comer y solo pidió, al igual que su hermano Héctor, un coco de agua que fuese destapado frente a él, y bebió directamente de la fruta.
Llegó el momento de la entrevista con la comisión, y como él había visto las mujeres cargando agua a la entrada del poblado, llamó a su presencia al ingeniero Luis Bonnet, en ese entonces Director Nacional de Acueductos, y que había llegado en su Jeep desde Cabrera, y frente al público presente le dijo: “ Ingeniero Bonnet, vengo en 6 meses de nuevo a Río San Juan a inaugurar el acueducto, encárguese personalmente de su realización”.
Después de este dramático episodio, pasaron a saludar a Trujillo todos los invitados al encuentro.
Me contaba mi padre que días antes de la llegada de Trujillo, fue instruido por Eudocio Bonilla, presidente del Partido Dominicano y primo de mi madre, como presentarse ante Trujillo, para evitar problemas con su apellido.
Cuando mi padre estuvo al frente de Trujillo y le dio la mano le dijo: “Gusto en conocerlo, Augusto Perozo, nativo de Puerto Plata y residiendo en Río San Juan desde 1935, para servirle a usted y a su gobierno”. Con esto despejaba las dudas y de no ser considerado “desafecto” al régimen, pues la familia Perozo había sido prácticamente exterminada por Trujillo.
A pesar de estas palabras, al terminar el saludo, Trujillo hizo una señal y apareció un militar con un frasco de alcohol, para verter parte del líquido en sus manos, por si había dejado algún tóxico en ella.
Fue muy discreta la presencia del hermano del Jefe, Hector B. Trujillo (Negro).
En horas tempranas de la tarde, Trujillo se marchó en el Jeep del ingeniero Bonnet hacia Cabrera, y parte de su escolta y caballos fueron llevados hasta Julia Molina, y de allí en camiones hasta Ciudad Trujillo.
No había pasado una semana cuando llegaron desde la Capital el cuerpo de ingenieros y técnicos de la compañía americana que tendría a su cargo la construcción del acueducto que era la Lock Joint Pipe Co., que los dominicanos dieron por llamar la YONPAI, que tenían como siguen las siguientes tareas:
1.- Construir un aeródromo o campo de aviación, para traer desde la capital personal técnico y materiales livianos para la construcción del acueducto.
2.- Camino carretero de 3.5 kilómetros, que comenzaba en el pueblo y terminaba en el Paso del Aguacate, hoy La Represa, donde estaba la casa de bomba.
3.- Casa de bombas y cloración con una casa anexa como vivienda del encargado.
4.- Tanque de hormigón armado con capacidad de 50,000 galones, que llegarían al pueblo por gravedad.
5.- Red de distribución y acometida en cada vivienda. Dentro de este renglón estaban los hidrantes y las llamadas “Plumas públicas”, de las cuales hablaremos en un próximo trabajo.
Simultáneamente a estos planes estuvo también el acondicionamiento de la playa, para por allí, traídos por barcazas, desembarcar los tubos.
En una próxima entrega daremos detalles de cómo se realizaron cada una de estas etapas.
En el año 1951 habían fijado residencia en Río San Juan los esposos Dr. Juan Bisonó y Doña Gloria Bidó de Bisonó, que a pesar del corto tiempo viviendo en el pueblo, y sin pertenecer a ninguna comisión, se entregaron en cuerpo y alma a los trabajos en pro de dicho acueducto.