La crueldad es un elemento en la vida cotidiana del dominicano. Avivé esa hipótesis cuando iba a bordo de un carro de concho, y escuché la frase: “A ese hombre no se le puede regalar bizcocho porque es muy viejo”.
He ahí la crueldad vomitada sin chistar, sin el menor eructo. He ahí la crueldad, no al tomar el látigo, sino al abrir la boca. Traigo esta referencia a propósito de la lectura de un texto de la narradora y poeta Ibeth Guzmán.
Tiempo de pecar (Editorial Hojarasca, 2017). Con este texto, me sucedió aquello de que a la segunda es la vencida. La primera lectura fue un avistamiento, posteriormente me interné en sus luces, miasmas, crueldades, ahogos existenciales.
Vislumbro que la cuentista Guzmán no ha emprendido este texto de cuentos para sumarse a una moda de “escribir corto”. O eso de que los microrrelatos requieren menos esfuerzo.
Más bien, se ha adentrado para mostrarnos de forma convincente rastros de una vida cotidiana que se expresa en las relaciones de brutalidad, crueldad y violencia.
Nos introduce esta autora en sus narraciones con la misma suavidad con que es atravesado el pastel de cumpleaños por el cuchillo.
El microrrelato o cuento breve es un reto. Además de que es un retrato de un rato. En Tiempo de pecar la autora Guzmán en cada cuento presenta un hecho, ancorado en la violencia.
Guzmán teje estos relatos con desenfado e irreverencia, apuntando hacia ese ser marginal que aguarda en cada esquina. Retrata la maldad y a ciertos personajes (de carátula y caricatura) con el flash de su particular escritura.
Llama la atención de que Guzmán tiene conciencia de que el titulo es vital y parte esencial en el microrrelato. “Miss Mami” es un ejemplo de ello.
La sexualidad, que está en el aire, el erotismo (surgido en esta postmodernidad entre la ropa de marca y el cuerpo con precio dependiendo qué venda), son tratados con ramalazos o bien logradas pinceladas en “Tiempo de pecar”.
En su cuento “Con el tanque lleno”, Ibeth Guzmán hace un retrato estupendo de este tipo de encuentro donde el elemento sexual amenaza con surgir a partir de encuentro fortuito.
Una característica interesante para subrayar, de este libro, es que la mayoría de las historias una vez que se han terminado, dejan un lastre o rastro en la memoria. Y eso demuestra una buena cualidad del narrador y de quien nos ha entregado la historia.
Sorprende en Tiempo de Pecar la consistencia del tema amoroso ligado a la imposibilidad de establecer la felicidad: El cuento “Oh París” lo ejemplifica.
El erotismo inverso o retorcido aparece en Quince años para papá.
En el cuento “A la vista de todos” la crueldad exhibe sus relucientes colmillos. Bien perfilados están los microcuentos “Miss Mami”, “Pobre diabla”, donde los protagonistas cargan con las maldiciones de la misma forma que se cargan su condición de mortales en el mundo.
Quizás sea este el tiempo de pecar, pero también de achicar, de abrazar una brevedad que asome a la eternidad en que los instantes se hacen sombríos o sombras perpetuas.
El esfuerzo de la narradora Ibeth Guzmán da buenos frutos. A leer “Tiempos de pecar”, aunque tengamos achicado el tiempo.