Siempre es vital reflexionar en torno al proceso de creativo, ese mecanismo que lleva a la gestación y la finalización de una obra, la que a final de cuentas se convierte en el poema, el cuento, la novela o el relato, con la que su autor buscará impactar en el lector o insertarse exitosamente en el alma de éste para ganar su atención, o en definitiva, lo que a muchos roba el sueño y sólo algunos afortunados alcanzan: El unánime aplauso.
Crear algo que contenga la vocación de eternidad, o que al menos pise lo duradero, es una empresa harto difícil; hay que transitar un camino escabroso y por donde pululan los obstáculos, de ahí que al final, terminamos exánimes, o emitiendo un extenso suspiro. Crear es parir en el sentido más acendrado de la palabra, es normal entonces que se padezca cierto dolor en ese proceso, y que haya un periodo de incubación, gestación y luego de alumbramiento.
¿Qué es vital en la creación para el escritor? La atención es un elemento esencial, ésta fue nombrada por la novelista Marguerite Yourcenar en una reflexión más que atinada que hizo la autora de la Memorias de Adriano sobre el tema. La atención permite captar los detalles, adentrarse al conocimiento de uno mismo y del otro, lo que redundará en una obra que tendrá más vitalidad que superficialidad cuando nos aboquemos a la construcción de ella.
La atención permite mirar las cosas, acceder a ellas en el plano de las sutilezas, poder observarlas con profundidad y en su luz verdadera. Jiddu Krishnamurti siempre recalcaba que los seres humanos no nos mirábamos realmente los unos a los otros, afirmaba que nos mirábamos con el pasado a cuestas. Y en esa inatención, en esa precaria ojeada que dábamos a los demás se creaba un distanciamiento.
Sospecho que hay una conexión entre estos dos grandes seres en cuanto a este tema de la atención. Si no miramos con atención a los otros no podremos entrar en su estructura psicológica fundamental, y por ello no podremos calcar los detalles primordiales para hacer la obra. Eso en el plano literario, y en el plano personal, lo mismo: si miramos al compañero, al amigo, de manera inatenta, tampoco podremos conocerlo.
Hay quien cree que porque le duele el corazón o porque ha tenido una gran decepción en la vida, puede escribir un buen poema, un texto que arrastre cierto estremecimiento. Hay quien considere que por haber vivido grandes traumas podrá tener las condiciones necesarias o las herramientas para estructurar una obra que esté cimentada en grandes aspectos psicológicos.
Los Miserables de Víctor Hugo es una obra que está hecha por un autor que conocía la importancia de la atención. Es una obra repleta de primorosos detalles desde todos los puntos de vistas. Desde el arquitectónico, histórico, humano, psicológico, físico. Yourcenar cita la novela Guerra y Paz también como ejemplo de una obra escrita con gran atención.
La mala literatura está hecha por autores que ponen poca atención, poca atención a sí mismos y poca atención a los demás.
Atender es vivir es plenitud. Quienes no atienden bien están muertos. La comodidad, el aburguesarse y ensimismarse, contribuyen a que un escritor tenga una mirada muerta, o que no mire las cosas como son. En muchos de mis contemporáneos amigos escritores, he contemplado esa horrorosa muerte, esa poca vitalidad. ¿En mi está o mis talones pisa?
Ibsen decía que el escritor que ya no vive se convierte en un mal escritor. Y no puede vivir a quien se le ha desvanecido el músculo de la atención, quien ya no se ve así mismo, quien no se enamora y encandila por los detalles que enriquecen al prójimo.
Hay quienes publican un libro para sentirse escritores con la mecánica de los que renuevan la cédula anualmente para no estar civilmente muertos. Pero la buena literatura está muy lejos de eso. Hay escritores que entran, libretita en mano, a prostíbulos o tugurios con aires de superioridad para aprender de quienes allí se mueven. Ah, cual pobres entomólogos ante desconocidos insectos o del europeo que viene al Caribe y ve a los nativos cual seres que andan aún en taparrabos.
Mirar, atender, desplazar la mirada, que no nos arrope el ego o el prejuicio, resulta fundamental en la creación de una obra literaria de gran nivel. La buena literatura se cuece de atención a detalles. Repito: La mala literatura proviene cuando estamos muertos espiritualmente, cuando olvidamos y no sabemos mirarnos ni a nosotros mismos ni a los otros, cuando cierta vitalidad de mirar y atender nos ha abandonado. He vuelto a Yourcernar en estos días. Me he dado cuenta cuán importante es el detalle en un pómulo arrugado o un destello de luz en la pupila de un emperador o en su súbdito.
Sucumbir a la atención o no es el dilema, queridos amigos escritores. Recordemos: es empinada la travesía hacia la creación, pero luminosos sus frutos.