Son esa extensión de tu cuerpo que va tomando forma hasta llegar a ser lo que son, en principio se presentan como una ilusión o mejor dicho la expresión de un beso que se hace fuente y germina. A través de los meses se transforma en una información especial que solo puede ser codificada por los dioses dueños absolutos del universo.
En principio son un 100% tuyo luego el tiempo se encarga de alejarlos y al final son ellos los dueños de tu cuerpo, tus pensamientos, obras y demás cosas. Ese quehacer especial, momento crucial de donde sale la vida-, encarna ese preciso ejemplo que plantea la naturaleza y el tiempo.
La espera hace su curso entre el vaivén de la sabiduría del universo repartido entre cosmos e infinito. Pasaríamos una vida tratando de precisar ese acontecimiento que acumula la memoria histórica de varias generaciones en un solo ser que como destino divino pasa a ser esa extrañeza terrenal.
En estos brillosos momentos en que el alma y el espíritu son uno, se tocan, se perciben y corrigen su portal propio en el universo de la imaginación, forma que es la más precisa de acercarse a la utopía.
Pero solo el amor le da forma a lo bello, la solidaridad de la familia es una autodefensa que permite subsistir, práctica que hacían las especies primitivas y sus miembros. La espera hace que los organismos complejos especializados en hacer tareas específicas se organicen con conocimientos superiores, en cardúmenes, manadas y a veces como animales hambrientos depredadores profundizando en la supervivencia de lo hecho.
Viene la solidaridad entre el cosmos y la materia humana emblema de la supervivencia, para hacer lo imprescindible; la vida. La luz del sol se encarga de perfeccionar todo ese complicado sistema que posee el ser humano; con tantas complicaciones no dude que podría ser complicado, complacedor y complicador de existencia.
El embrión eterno que se volverá triunfante algún día cuando el vaivén del universo regrese desde la oscuridad del tiempo a presenciar el camino recorrido, servirá de espejo de reflexión. Entonces, tenemos suficientes razones para llorar cuando lo hacemos por ellos, a servirles de guía hasta ver crecer sus alas. A preocuparnos hasta más no poder en momentos de vacilaciones y dudas.
Precisar y confraternizar sus emociones, colocándola en un sitial oportuno para que puedan ser manejables. Los padres tenemos que ser pacientes, nuestra presencia es para limpiar el pavimento por donde ellos caminan, moldear toda situación hasta que aprendan a reprimirse, olvidar y hacerse buenos pensadores.
Olvidar esa ilusión de pensadores fugaz, de inmadurez y luchar por forjar su propio espacio mostrando sus propias huellas. Equiparlos de los elementos necesarios para continuar-sin pensar en eso- sin nosotros. ¿Te has imaginado un mundo sin los hijos? Ellos son las partes más extraña y adorable de tu cuerpo.