Hoy nos reunimos con el corazón entristecido, pero también con gratitud y admiración, para despedir a una mujer cuya luz nunca se apagará en la memoria de quienes la conocieron. La profesora Victoria Adames Balbuena no solo enseñó a leer y escribir a generaciones enteras en Río San Juan, sino que también les enseñó a sonreír, incluso en tiempos de dificultades.
Fue una pionera en la educación rural, enfrentando con valentía las precariedades de una época en la que la enseñanza carecía de recursos, pero ella tenía el más poderoso de todos: su alegría. Con su risa contagiosa y su espíritu incansable, convirtió cada salón de clases improvisado en un refugio de esperanza y aprendizaje. Sus alumnos, que hoy son padres, abuelos, profesionales y ciudadanos de bien, recuerdan cómo, con paciencia y buen humor, hacía que las letras y los números parecieran menos duros, que la escuela fuera un lugar al que valía la pena ir, aunque muchos tuvieran que caminar largas distancias para llegar.
Para sus hijos, nietos y familiares, la profesora Victoria no solo fue el pilar de su hogar, sino el alma generosa que siempre tenía una palabra de aliento, una historia graciosa que contar y un gesto amable que compartir. Su legado no es solo el conocimiento que dejó en sus alumnos, sino también la enseñanza de que educar con amor y alegría es la mejor manera de transformar vidas.
Hoy despedimos su cuerpo, pero su risa sigue con nosotros. Su espíritu vive en cada historia que sus alumnos cuentan, en cada recuerdo de aquellos que la vieron enfrentarse a la adversidad con una sonrisa, en cada niño que aprendió a leer gracias a su paciencia infinita.
Que su descanso sea tan apacible como fue su entrega, y que su memoria permanezca en cada corazón que tuvo el privilegio de conocerla.
¡Hasta siempre, profesora Victoria! Su luz seguirá iluminando nuestro camino.