
Cruzando por la parada hace un par de meses, me embargaba un extraño sentimiento ligado con nostalgia y una dosis de aburrimiento que verdaderamente me sumían casi al punto de la depresión.
Pero como nada es eterno, por fin he logrado superarlo, y todo gracias a que volvieron los carros públicos y las guaguas a apoderarse de este entorno mágico. Franqueada nuevamente por tres batallones de motoconchos apostados estratégicamente: un primer batallón en la acera-esquina de Pipí Candelo, sin permitir que ningún transeúnte pueda transitar libremente a menos que sea tirándose a la calle; el segundo batallón estacionado en la acera, al lado de la ferretería de Mayra, teniendo los peatones que caminar por la misma autopista, y un tercero estacionado en el otro lado de la carretera. Todos ellos listos cual piraña al acecho, cuando llega un carro público o una guagua, incluyendo las de Caribe Tours.
Resultaba desolador mirar a la distancia cuando uno va por la bajadita del Dr. González y no ver tres guaguas de las que van a Puerto Plata, parqueadas en fila, y una mas (la que esta en turno que ya se va) parada en paralelo recogiendo los últimos pasajeros; o en el lado izquierdo no ver los carros que están llegando de Sosúa y Gaspar Hernández. O las guaguas que hacen su arribo de Nagua y Cabrera desmontando las personas, abriendo las puertas de los dos lados, rodeados dichos vehículos por una flotilla de motoconchos que en un cálculo conservador oscilan entre ocho y diez cuando es un carro , y entre doce y dieciocho cuando es una guagua.
Me parecía aburrido en exceso, venir por la autopista y no poder observar aquel espectáculo sin ninguna de las siete guaguas que salen a Nagua parqueadas (tres de un lado de la careretera y cuatro en el otro), y tampoco ver los choferes sentados en plena vía con un tablero de damas echando una partida, o los choferes y pasajeros comiendo en las frituras y comedores del mismo entorno, sentados sin camisa, cogiendo un fresquito por este jodío calor que hace en este pueblo; o los dos carros públicos que están en turno para salir a Gaspar Hernández, con las puertas abiertas y la música a to’ lo que da.
Quien no extrañaba las guaguas que van a Arroyo Sabana y los Cajuiles parqueadas todas a la derecha de aquel lado de la autopista, y casi siempre una patana de Cervecería Vegana cargando o descargando de un depósito que tienen en la otra acera, o la guagua estacionada vendiendo frutas o verduras con todos sus productos exhibidos en pleno suelo, y la otra guagua vendiendo ropa de medio uso, desamarrando las pacas en plena acera.
Era insoportable no encontrarse con una competencia de dos motoconchos que se habían desafiado, teniendo que parar el tránsito de manera total para permitir el arranque de los motores y luego todo el mundo tirarse al medio de la autopista para poder presenciar el desenlace de la carrera; o los mismos motoristas lavando los motores de un hoyo-registro sin tapa que manaba agua en plena calle.
Extrañaba mucho los pasajeros que viajan a la capital con Jarrete, con una maleta, dos bultos, y una funda plástica (aquí van los zapatos); o los que viajan con una maleta, un saco de víveres y un chivo (que va guindando en la parte de arriba de la guagua amarrado por las cuatro patas), o con dos gallinas criollas pelonas (guindando con la cabeza pa’bajo).
Añoraba tanto el pelotón de 20 ó 30 motores abalanzándose al frente, por los lados, por detrás, sobre la guagua de Caribe Tours cuando llegaba.
Extrañaba los veinte o veinticinco vehículos que en un momento determinado se juntaban en la parada, todos funcionando con gas, y que podíamos utilizarlos ante cualquier eventualidad como bombas, en defensa de nuestro pueblo, o como reserva ante cualquier escasez o paila de arroz que se halla quedado a medio talle.
Y por último, lo único que no añoraba era el semáforo arreglado, ya que cuando está en rojo y tú te paras, el chofer de atrás te toca bocina para que sigas y te quites del medio, y por ende se respeta menos que a una prostituta a las tres de la mañana.
Que viva la parada de siempre¡¡.