Lo que los europeos bautizaron como “La Edad Media”, históricamente es la etapa del Feudalismo, un sistema socioeconómico fundamentado en la propiedad de la tierra, el dominio absolutista monárquico de la realeza y la hegemonía de la iglesia católica como parte de la élite del poder, gracias al emperador Constantino.
En los feudos, cuando concluía una cosecha, los propietarios compensaban a los campesinos con varios días de asueto y estos aprovechan para hacer todo lo que no podían realizar recreativamente en el tiempo de la siembra. Se celebraban bailes, comelonas, etc., y como sátira hacían actividades festivas de burlas y críticas contra funcionarios, sacerdotes, capataces y propietarios. Ante las represarías de varios agraviados, decidieron utilizar las máscaras como camuflaje. La iglesia católica en su afán de “cristianizar” o eliminar todas manifestaciones populares no cristianas por entender que eran profanas, al no poder hacerlo con estas festividades, pasaron a “cristianizarlas” y decidieron que los cristianos podían participar de las mismas durante tres días y concluir el martes antes del Miércoles de Ceniza”, bautizándolas como carnaval, del italiano “dejar hacer a la carne”, bautizadas por eso como carnestolendas.
Esto fue una conquista popular, pasando hacer una catarsis colectiva, convirtiéndose el carnaval en un espacio satírico, democrático, que entraba en contradicción con una sociedad totalitaria, abusiva y represiva. El carnaval pasó a ser el espacio transitorio de libertad, convertido en un espacio de resistencia, de expresiones contestarías, donde el pueblo era su protagonista.
En nuestro país, los habitantes originales, “los indios”, no conocían el carnaval. Este llegó con los colonizadores españoles antes del 1538 a la ciudad de Santo Domingo. La ciudad colonial se transformó con el nacimiento de la industria azucarera, pero estaba bajo el absolutismo de una iglesia católica desfasada y ultra conservadora que regía la vida de sus habitantes. En un ambiente donde no había centros de diversiones y existía un control social absolutista con el comportamiento colectivo. El carnaval entonces se convirtió en catarsis social. Trascendió a las limitaciones de las carnestolendas y para la recreación y diversión colectiva, apareció el carnaval en las fiestas patronales como San Juan Bautista, las Mercedes, el aniversario de la ciudad, etc.
Durante años, la iglesia católica no interfería en las celebraciones del carnaval, hasta que el sociólogo dominicano Teófilo Barreiro, en una ponencia en un seminario de la Pastoral Juvenil en 1995, propuso la separación del carnaval de la Cuaresma y de las fiestas patrias. Desde ese momento la iglesia católica ha mantenido una campaña incansable de esta separación, pero no ha podido lograrlo, porque el carnaval es una necesidad existencial en nuestro contexto y una conquista social, siendo quizás en este momento la actividad más trascendente de la cultura popular y de la identidad nacional.
Las iglesias cristianas no católicas, han asumido la misma postura de que el carnaval es pecaminoso y diabólico, centro de orgias, cuando nuestro carnaval es una expresión cultural, manifestación de nuestra identidad y muestra de la dominicanidad, patrimonio de la nación.
Nosotros, durante años, junto a numerosos investigadoras e investigadores, hemos proclamado el derecho del pueblo a la cultura, a la recreación y a la alegría. El joven historiador Edwin espinal, acaba de hacer un novedoso aporte jurídico, reafirmando la incompetencia de las iglesias a prohibir a sus creyentes su participación en el carnaval y su improcedente decisión sobre la separación del carnaval y la Cuaresma. El planteamiento de Edwin Espinal es el siguiente:
“Este año, el Miércoles de Ceniza “cayó” en medio de febrero ¿Debía terminar el carnaval el 13 de febrero, Martes de Carnaval , como en el pasado para dar paso a la Cuaresma o puede extenderse más allá de esa fecha ¿Debe de separarse lo sagrado de lo profano?
Teniendo la libertad religiosa jerárquica constitucional (art. 45 Constitución), la religión procesada por una persona no puede erigirse como validar para impedir el ejercicio de su derecho a la cultura para la integración a la vida cultural (art. 64 Constitución) de manera que tanto a católicos como no católicos este reconocimiento acceder a las manifestaciones culturales.
Su identificación no con una o varias de ellas es una valoración que pertenece, por tanto, a la esfera íntima, a su vida privada, independientemente de su credo religioso.
Siendo así, la iglesia católica o cualquier otra a la que pertenezca un determinado segmento de la población no puede interferir en la libérrima decisión de sus fieles de integrarse o no a determinadas manifestaciones culturales y mucho menos pretender supeditar la temporalidad de este lapso de la celebración de una cualquiera de sus fiestas.
En el marco de nuestra configuración constitucional vigente, si se hubiese depender del espacio temporal de un culto religioso el periodo de celebración de una expresión cultural – como el caso del carnaval y la Cuaresma, para que el primero cese una empiece la segunda y así retrocedemos a su consecutiva relación ancestral originaria- se estaría frente a una violación de los derechos constitucionales, a la igualdad (art. 39) a la intimidad personal (art, 44), al libre desarrollo de la personalidad (art, 43), a la libertad de cultos (art. 45), y a la cultura (art. 64). Cualquier decisión que busque hacer rígida su data en provecho de la cambiante temporalidad de la cuaresma, independientemente de la ubicación fundamental de esta en la religiosidad dominicana sería contra la Constitución y a nuestro bloque de constitucionalidad y por ende nuestra”.
El carnaval popular dominicano no es una francachela o una orgía y menos una expresión diabólica, es una manifestación de la cultura popular, del folklore, donde el pueblo es el protagonista. Es un patrimonio cultural y al mismo tiempo es el derecho a la cultura en plenitud de libertad, que se ha convertido en un espacio de resistencia, en lucha para no desnaturalizarse con la comercialización ni como producto turístico, sino que todavía es un espacio de los orígenes, de los ancestros, expresión de identidad y manifestación de nuestra dominicanidad.