Ayer conversé con un viejo, de esos que se la pasan contando mosaicos imaginarios en las
aceras de la ciudad vieja; de esos que llevan en el alma las dos blancas azucenas de
Panchito Rizet y que reviven en cada madrugada los sueños felices de Barbarito Diez. Y
empezábamos a dialogar sobre la calidad de los políticos de hoy. Y le cité discursos,
soluciones históricas, contradicciones de clases… Y nada. El viejo no cree en nada de eso,
porque –me dijo – ningún político vale si no es capaz de inventar una frase como este lema
de Trujillo: "Mis mejores amigos son los hombres de trabajo". No dije más… (y lo dejé con
la palabra en la boca).
