El proyecto de “Ley de Partidos” en este país parece tener muchas aristas. Aunque su contenido, discutido entre corbatas, se ha mantenido en un hermetismo absoluto, los eruditos aseguran que con la aprobación de la pieza se fortalecería la democracia en esta media isla. Afirman que este régimen jurídico regularizaría las normas “dedocráticas” que los partidos usan en la escogencias de sus candidatos. Eso dicen.
Y es aquí su primer escollo. Todos los partidos políticos, sin excepción, tienen arraigado el hábito de seleccionar a sus candidatos con el índice. El griterío de su militancia no importa. El privilegio de escoger candidatos a posiciones, obviando el escrutinio que la democracia impone, es el ángulo de la iniciativa del que nadie quiere despojarse. “La Ley de Partidos” es un buen tópico para predicar, pero doloroso para para practicarlo