Juan Bosch decía que en este país quien llegaba más lejos jugaba damas pero que Joaquín Balaguer y él jugaban ajedrez. Cuando no lograban lo que querían, Balaguer arrebataba y Bosch lo respaldaba. Así fue siempre, pero muchos no quieren entenderlo.
Me atrevo a iniciar un ejercicio de jugador de ajedrez, aunque no tenga a manos ni siquiera un peón, pero conozco un poco de historia y recuerdo aquello de que “quien hizo la ley hizo la trampa”. El Congreso hace las leyes y el Poder Ejecutivo vota un reglamento para cada ley, para hacer las trampas ¿Por qué hay que explicar y acotejar las leyes con un reglamento?
Ahora se desarrolla un juego que permite ver lo que permite ver, pero oculta tras bastidores uno o dos escenarios donde se cuecen realmente las habas. Hay un aparente cambio de lealtades, triquiñuelas, títeres y titiriteros, unos pisan los rabos y otros se los dejan pisar, se muestran ante el público mientras atrás, donde se visten y desvisten las comparsas, se cambian las chaquetas, hoy usan trajes de mamarrachos, de cómicos y saltimbanquis, de jueces y de fiscales, mientras la tragedia se repite en el ámbito judicial como una constante maldita.
Bolívar decía que lo importante no eran las instituciones sino los hombres que las representaban, hombres que debían ser íntegros, responsables, doctos, con un constante respeto a los derechos de los demás, con un gran equilibrio físico y mental, con vergüenza, honestidad y sentido del cumplimiento del deber.
Asistimos a la representación de un sainete burlón y desagradable o a un extraño y poco creíble reconocimiento de que actuaciones erradas del pasado no deben ser repetidas ni permitidas. Me refiero a la jugada de ajedrez para salvar de la horca de la opinión pública a corruptos del Partido de la Liberación Dominicana, en lo que llega la sanción de la justicia de verdad.
El principio constitucional tradicional dice que nadie puede ser juzgado por veces por la misma causa. Basta con que un juez, de los designados y narigoneados miembros del PLD, archive definitivamente un expediente o lleve al caso a juicio y en una “sabia” decisión absuelva al acusado y la sentencia adquiera la autoridad de la cosa definitivamente juzgada dentro de un gobierno peledeísta, para que la persona no pueda ser juzgada otra vez por la comisión de esos delitos. Todo quedaría en el pasado y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Los pueblos, hartos de abusos, tienen su tiempo y cuando llega el momento saben aplicar la justicia que castiga a los verdaderos culpables, a los que han sido exonerados por vagabunderías. Día llegará en que todas esas triquiñuelas serán desmontadas. Y entonces…