![Tibí, popularizó la expresión popular ¿y es fácil?](/img.php?src=/photos/00002875-original.jpeg&w=300&h=&q=100)
Tibí, popularizó la expresión popular ¿y es fácil?
Al hacer un viaje retroactivo a propósito de comemorarse el 50 aniversario del municipio de Río San Juan, cierro mis ojos e inicio un recorrido imaginario por las calles de mi pueblo, y se apodera de mí un extraño sentimiento. Siento que nos estamos quedando sin viejos.
Doy el primer paso y escucho la voz del doctor González, lo veo ir despacio rumbo a su clínica.
Llego a la calle Duarte esquina 30 de Marzo, y me encuentro con Mayó Vicioso, la madre de Freddy Casona; Juliana, la progenitora de Lión y César García, con su fritura alumbrada por una humilde lámpara humeadora. Detrás, en el rincón, estaban la vieja Mencha, madre de Olimpia; Elvira, la abuela de la famosa ‘Ñonga’; y Marto y Nine, el máximo representante en la ‘jabladuría’.
En la esquina de la Duarte con Lorenzo Adames está Pedro Melo, y desde allí puedo divisar a Faustino Checo sentado como de constumbre en la galería de su vivienda. Doblo a la derecha, hacia el barrio Las Flores, localizado detrás del Hotel Río San Juan y cerca de la Laguna Gri-Grí, un ejemplo de compañerismo y confraternidad en una comunidad. Soy testigo de cómo los vecinos se envían mutuamente la comida del mediodía. Aquí estaba doña Puchúa, Mama Mecha, Romana y María Alejo, la madre de Juan de Jesús. En el barrio, el tiempo se consumía con las anécdotas de sus viejos: Cira Hernández, Vicente, Nino Méndez y Basilio Seweré.
Luego me adentro un poco más profundo, llego al barrio de la Gallera Vieja y recuerdo a Tibí, la madre del Mago, quien popularizara la frase “¿Y es fácil?”. También a Mula y su ventorrillo nocturno de ‘salami’ sin control de precios; y a la expresión de Manuel ‘jiriguao’, el carnicero: “Me lo vas a dar o no me lo vas a dar?…
En mi largo recorrido también veo a Chichí Abud, y a Ramón Silverio, el sastre; a Pedrito ‘avioneta o el quemao’; a María Fano y a Carlos Alonzo, el esposo de Fortuna.
Me regreso, tomo la calle Sánchez; después de tomarme la boruga donde Juanito el ‘Judío”, saludo a Adela Balbuena, doña Ramona, Ángel Alonzo, Emiliano González, hasta llegar a donde Mino Alonzo y su playa. Y allá, frente al cuartel de la ‘guardia’, está doña Elisa y su casa localizada en el cabo que luego fue bautizado como “El cabo de Elisa”, donde hoy está el hotel Bahía Blanca.
De regreso, una que otras veces nos topábamos con Lando Alvarado para gastarnos todas las risas de la noche con sus ocurrencias.
Siguiendo mi recorrido hacia el final de la calle Sánchez, me encuentro con doña Dulce y Urbano, y con Margarita Alonzo y el viejo Perozo. Recordar a doña Margó de Perozo es recordar la alegría, su humor era interminable. Comparto con el ex síndico Agustín Pelagio Núñez y Francisco Torres, para luego entrar al rincón del Matadero. Saludo a Martín Bonilla, a Hilario, el padre de Chombito; a Vicenta y su piel manchada por el vitiligo; a Cabo, el padre de Cao, y a Sacaría el carnicero. El Matadero es el barrio con más hazañas acumuladas. Si se suman todas las de Mauricio, Hilario y Martín Bonilla el resultado sería infinito.
Por el sector conocido como “Rompe Ola”, estaba Bienvenido Silverio, Robert y Elisa Tucker. Un poco más profundo estaba Mateo Méndez tocando el acordeón, y Felipón Bonilla fabricando barcos. Me recuerdo de Molina y Modesto Sánchez, el padre de Taney. También allá, en la playa, estaba Domingo, el hermano de Vicenta, quien cabalgaba en un pequeño burro que le obligaba a arrastrar los pies por la larga extensión de sus extremidades. Llego al final de la Padre Billini, hasta donde la vieja Pancha.
Camino por el barrio de la Caña Amarga, donde paradógicamente se fabricaron los mejores dulces. Allí conocí a la vieja Majona, famosa por sus dulces de leche que conservaban su blancura. El de leche con mani era unos de sus delicias. Eran más blanco que los hoy famosos dulces de “Jacaranda” o Baní. El secreto de fabricarlo tan blanco se lo llevó a la tumba, ya que nunca permitió que nadie observara la elaboración.
La Caña Amarga era bien visitado por buscadores de buena suerte, pues encontraban en doña Dida, la leedora de carta, el horóscopo deseado. En este sector también conocimos a Juan García, el albañil; a Agustín, el ebanista y su esposa Tibí; a Guaro, a Sun (hermana de Tomasa); al viejo Agripino –Grepo-, y a Quevedo Frómeta, considerado el que muriera de más edad en el municipio. Se estima que la hora de su muerte pasaba los 110 años.
Comienzo a subir por la calle Padre Billini y dejo detrás a Brigilito, el padre de Félix Paulino (Felix Miquini); a Camilo Frómeta, Negro Mocha, Pelao, Lino, Holguín Bonó, Tiliana Díaz y Confesó. Recuerdo al viejo Talo, abuelo de Lucho; a Perfecto el peluquero, aquel que además de pelar en su local, hacía el servicio a domicilio con un maletín de médico.
En el barrio conocido por sus ‘beriles’ recordamos a Pancho ‘Canuto’, de quien decían se convertía en “galipote’; a la vieja Chicha que vendía mondongo, a Benita Vásquez y su fritura-bar. A Leocadio el panadero, quien por su estilo de vida religiosa y sana debería ser canonizado por el Vaticano como el Santo riosanjuanense.
También recordamos a Eulogio vendiendo huevos y agrio de naranja. Y al viejo Monte de Oca y su ventorrillo de sazones y limoncillos. Del viejo Titín, padre de Rosa Titín; de la vieja María, abuela de Ferén. De Agustín, el panadero, padre de Leo “La Chercha”, quien vendiendo los panes decía “el que me deba que me pague, y al que yo le deba que se aguante”.
En la parte alta de la calle Padre Billini nos encontrámos con doña Maró, la madre de Pablo Jiménez; con Carlos ‘Malanga’, con Yuya y Cheché, hasta llegar a la casa de Lalo Alonzo y Corina, y don Checho y doña Graciela.
En el centro de la calle 30 de Marzo también nos acordamos de Lelo, el papá de Jaime; Viterbo Adames, Flor Castillo, la vieja Tola, Juanito Solana, Oritelia, Juan de Jesús, Juan ‘Tarántula’, Pablito Fricá, Enrique Díaz, Tilo Vásquez, Zacarías Alonzo y su esposa Elisa. Y al frente, el viejo Fernández; el evanista Bienvenido y Ana ‘la enana’.
Al cruzar la autopista nos vamos al barrio de ‘La Frontera’, donde conocimos a Germán Arvelo, Lorenzo Silverio y Tatá el quinielero. Camino al hospital está Mino Méndez y Pablito Mercedes.
Sudado y cansado del largo recorrido, despierto de mi sueño, veo los barrios vacíos, y me pregunto ¿y dónde están nuestros viejos?. Enseguida algo divino me dice: Los pueblos nunca quedan sin viejos, es que ahora nosotros somos los viejos.