La actuación de las autoridades municipales es clave para el éxito y el desarrollo de los pueblos, pues representan las instancias de poder de más cercanía con la población y quienes están para gobernar, sin caudillismo, pero mucho menos como guardia cuando van en busca de pasar un centro.
Un gobierno local constituye el soporte no sólo para socializar el contenido de la iniciativa, sino para la solución de problemas básicos que inciden en las comunidades, que hoy se sienten solas, desprotegidas y abandonadas. Hoy las quejas de los ciudadanos son frontales, de cara al viento, porque no tienen respuesta de los que se fueron; y los que llegaron hace tres años no tienen conocimiento de lo que afecta nuestro costero municipio.
Hay cuestiones que los cabildos pueden asumir, pero siempre y cuando haya amor por un pueblo y más bien cuando las predicadas buenas voluntades no solo fueran para lucrarse en la campaña.
Hoy, en nuestro municipio no hay un desprendimiento ni oportunidades de parte de nuestras autoridades, entre quienes en vez de marcar la diferencia predomina el clasismo, cosa que hace tiempo se había erradicado.
Para ver el renacer y desarrollo de un pueblo tiene que quedar a un lado la conducta que desde sus inicios se ha notado en la actual gestión municipal de Río San Juan: un yoismo y protagonismo enfermizo, que ha generado conflictos hasta en la propia organización política de la que arropó para que llegar al poder, lo cual ha sembrado truños y columnas de daños, llevando a sus verdaderos miembros a advertir que están listos para derribar y sacar los fariseos del templo.
Una muestra de lo dicho anteriormente es su comportamiento, en un pueblo famoso por sus entusiastas actividades carnavalescas que para esta época se celebran desde 1997, y del que según los que hoy bailan en la arena, sus fundadores fueron echados del barco porque simplemente no son del agrado del burgomaestre.
Esos forjadores a quienes hoy no quieren reconocerle su legado, fueron los que nadaron contra la corriente en tiempos difíciles, y que hoy, por el protagonismo, se dan el lujo de apartar y no reconocer.
No obstante, tengo la esperanza, y no me cabe la menor duda, de que soplarán mejores vientos y que lo que vendrá detrás traerá unidad, armonía, paz y esperanza a un pueblo que se siente oprimido por el espíritu militar de bota y rango, que de forma común brota por los poros en la conducta de los guardias.