La prepotencia y la soberbia de Trujillo llegaban a los límites de la locura. Su animadversión y repudio personal por Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela, lo llevó a la decisión de asesinarlo sin medir las consecuencias. En su planificación decidió reclutar mercenarios italianos y franceses para que organizaran un grupo elite para la ejecución de dicho macabro plan. Ocho profesores mercenarios de la segunda guerra mundial fueron reunidos en la base militar de la marina de guerra en Las Calderas, Baní, para estos fines.
El grupo formado, especialistas en terrorismo y antiterrorismo fueron bautizados como “Los Hombres Ranas” y pasó a dirigirlos un militar excepcional, Manuel Ramón Montes Arache. A pesar de que el grupo tenía una preparación y organización excepcional, Trujillo se desesperó y con varios de los profesores mercenario se adelantó y estos participaron en un atentado terrorista en contra del presidente Betancourt que salvó su vida milagrosamente.
El entrenamiento de los hombres ranas siguió y cada vez se perfeccionaron más. Era el grupo elite milita más preparado dentro de las fuerzas armadas dominicanas y del Caribe. Un jovencito soñador, con estrellas y enamorado de la milicia le tocó entrar en el segundo grupo. Cuando le preguntaron su nombre solo dijo: ¡Aníbal López, señor!
En el entrenamiento, Montes Arache descubrió cualidades militares y personales fuera de lo común, el don de la lealtad y de gratitud y por eso Aníbal terminó siendo su asistente, su hombre de confianza. Yo lo conocí en Baní, al lado de su comandante.
Montes Arache sufrió un accidente y fue enviado a hospitales especializados fuera del país, ocupando transitoriamente otro oficial el cuerpo de los hombres ranas. Su ausencia era notoria, las relaciones de Montes Arache con sus hombres era excepcional. Para todos, más allá de ser comandante era su ídolo.
Montes Arache llegó al país un 14 de abril del 1965. Nadie de los hombres rana lo sabía. Estaba con Caamaño. Al estallar la revolución de abril el 24, el comandante de turno reunió a los hombres ranas y le dijo que Montes Arache estaba en el país y que “había sido declarado traidor a la patria y desertor de las fuerzas armadas dominicana”. Eso cayó como una bomba y trajo un total desconcierto entre los hombres ranas. Aunque sus miembros tenían una mentalidad trujillista, eran leales e idolatraban a su comandante que los había formado.
Desconcertados, tristes, los hombres ranas estaban en la Fortaleza Ozama. Aníbal López conversó con Ramón Mauricio Villanueva, un hombre rana de su confianza y decidieron buscar a Montes Arache y conversar con él. En base a su entrenamiento a las diez de la noche, sin que nadie se diera cuenta, se lanzaron al agua para cruzar el río Ozama para ir al palacio nacional y después de mucho tiempo lograron la orilla por el obelisco hembra. Un grupo de jóvenes los atrapó y creían que eran dos guardias del oficialismo que estaban espiando. Aníbal los convenció de todo lo contrario y después de ponerse el simbólico traje negro de identidad de los hombres ranas, en un camión acompañado por los jóvenes revolucionario que pedían armas, el decidió ir a la calle Las Damas donde la Marina de Guerra tenía un arsenal. Aníbal desalmó a las custodias, inhabilitó al jefe de ellos y les entregó todas las armas a los jóvenes quienes de inmediato armados, siguieron para el palacio Nacional con ellos.
Aníbal y Villanueva se encontraron con Montes Arache y Caamaño. Montes llamó a la Fortaleza Ozama y se reunió con todos sus hombres. Conociendo la mentalidad existente, con una visión muy democrática les dijo. Yo estoy con la revolución. Todo el mundo es libre para quedarse o irse a donde quiera. La mayoría se quedó a pelear al lado de su comandante.
La revolución de abril se decidió en la batalla del Puente Duarte, cuando las tropas trogloditas de Wesin tenían por objetivo ocupar la ciudad. La batalla duró horas y en la noche la avanzada del Cefa tomó la escuela Chile. Los hombres ranas con Montes Arache y Aníbal al frente, los desalojaron y derrotaron, evitando así el avance de las tropas de San Isidro que no pudieron tomar la ciudad.
A concluir la guerra, con un acuerdo amañado, el comandante Caamaño con las fuerzas constitucionalistas decidieron ir a la rendirle tributo a la tumba de Rafael Tomás Fernández Domínguez a Santiago de los Caballeros. Después de un atentado con unos tiros, una bomba fue desalmada en el cementerio y la delegación constitucionalista decidió ir a desayunarse al Hotel Matún. Todo estaba normal, con saludos y sonrisas, hasta que Aníbal le avisa a Montes Arache que de manera cobarde y alevosa el hotel está comenzando a ser rodeado por las tropas enemigas oficialistas y Montes Arache llama a Caamaño y ambos ven que una avanzada de más de 30 soldados va armados belicosamente para el hotel. Caamaño y Motes Arache se dan cuenta de que eran soldados imberbes. Caamaño se resiste a enfrentarlos. Montes Arache le dice: “Oye papito, esto es una guerra. O nos matan ellos a nosotros y nosotros a ellos” y dio orden de fuego, mientras varias lagrimas rodaban por el rostro humanizado de Caamaño, según confesó Aníbal.
Al poco rato, se aproximaron tres tanques de guerra. Uno de ellos entró por la cocina irrumpiéndolo todo, con un aparataje impresionante. Montes Arache llama a Aníbal y le dice: “Solo tenemos un cohete lanza llamas, tómalo y derríbalo. ¡Vete a matarte por tus compañeros y por tu patria!” Con el coraje de un soldado espartano y dos pelotas de baloncesto, Aníbal dio en el blanco, el tanque de guerra cogió fuego y los otros dos se devolvieron muertos de miedo.
Ese episodio es una muestra de la regia formación de los hombres ranas, pero demuestra el valor y la conciencia revolucionaria de Aníbal López, que no dudó un minuto en el desprendimiento de sacrificar su vida en caso necesario por sus compañeros y por la patria. ¡No creo que existan dos dominicanos con el valor y el coraje de Aníbal!