En esta primera entrega voy a salirme un poco de los temas tradicionales para enfocar algo diferente, como lo es lo relativo a la innovación y las mentes creativas, ya que está demostrado que en estos tiempos, la prosperidad de los países depende cada día más de sus sistemas educativos, científicos e innovadores y no de sus recursos naturales, tomando el ejemplo de Apple, que su valor es mayor que todo el producto interno bruto de Venezuela, o de países como Luxemburgo o Singapur, que sin tener recursos naturales y tener que importar hasta el agua, como Singapur, tienen uno de los mayores ingresos per cápita, situándose por ende entre los países más ricos del mundo.
Estamos viviendo en la era del conocimiento, en la que los países que desarrollan productos con alto valor agregado serán cada vez más ricos, y los que siguen produciendo materias primas o manufacturas básicas se quedarán irremediablemente atrás; como por ejemplo, un país pequeño como Corea del Sur, produce 10 veces más patentes al año que todos los países de América Latina y el Caribe juntos, lo que explica la razón de que países de escasos territorios y habitantes, como Singapur, Taiwán o Israel, tengan economías más prosperas que países ricos en petróleo, como Venezuela y Nigeria.
Según las últimas informaciones del Banco Mundial, al día de hoy, la Agricultura sólo representa el 3% del producto bruto mundial, la industria el 27% y los servicios el 70%, lo que nos indica de manera categórica, que estamos marchando a pasos acelerados, de una economía global basada en el trabajo manual, a una economía basada en el trabajo mental. Tenemos el ejemplo, como señalamos anteriormente, de Corea del Sur, que registra unas 12, 400 patentes por año ante la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI); Israel 1600, mientras que América Latina y el Caribe juntos apenas llegan a 1.200, siendo Brasil el de mayor cantidad con 660 y México con 230. En cambio, Estados Unidos registra 57 mil, Japón 44 mil, China 22 mil y Alemania 18 mil.
Entre las ciudades latinoamericanas no hay ninguna colocada entre las primera 100 ciudades productoras de conocimientos del mundo, pues el 56% de esas ciudades están en Estados Unidos y Canadá, el 33 % en Europa y el 11% en Asia, lo que ocurre también en relación a las universidades, donde no hay una entre las 100 mejores del mundo, en ninguno de los tres principales rankings internacionales, que miden, entre otras cosas, el porcentaje de profesores que tiene doctorado, la cantidad de trabajos publicados en revistas científicas internacionales y el número de patentes registradas.
Indiscutiblemente que en Latinoamérica vamos por el camino equivocado, pues en vez de producir científicos, estamos produciendo muchos filósofos, sociólogos, psicólogos y poetas, llegando a tener un 63% de los 2 millones de jóvenes egresados, graduados en Ciencias Sociales y Humanidades y sólo un 18% graduados en Ingeniería, el restante lo hace en Ciencias Naturales y Medicina. Todo lo contrario está ocurriendo en China y los países asiáticos, donde la gran mayoría lo hace en Ingeniería y técnicos, lo que viene a explicar que en América Latina sólo se invierte un 2.4% en investigación y desarrollo, mientras que en Estados Unidos se invierte un 37.5%, 32% en Europa y un 25.4% en Asia.
Para terminar esta primera entrega y exponer la gran debilidad que tenemos los latinoamericanos en el campo de la innovación, educación y áreas científicas, voy a terminar con los datos arrojados por el último Tests Pisa, que mide los conocimientos de los jóvenes en matemática, ciencias y capacidad de lectura, donde estamos en los últimos puestos de los 65 países participantes. Los estudiantes de China obtienen el mejor puntaje, seguido por los de Singapur, Hong Kong, Taipéi, Corea del Sur y Japón, siendo Chile el de mejor puntuación de Latinoamérica en el lugar 51, seguido de México en el 53 y Uruguay en el 55.
Esta realidad queda demostrada con el ejemplo del café producido en Colombia, Brasil, Costa Rica, etc., que se vende a 3 dólares en Estados Unidos, pero donde apenas el 3% regresa al cultivador, quedándose el 97% en manos de los responsables de la ingeniería genética del café, el procesamiento, el mercadeo, la distribución, la publicidad y toda acción que tenga que ver con la economía del conocimiento.