Además del analfabeto clásico existe también el analfabeto político. No se preocupa por saber qué está ocurriendo verdaderamente a su alrededor. Actúa con una indiferencia de la que se alimentan los políticos corruptos y los tiranos.
El analfabeto político piensa que democracia es solo ir a votar cada cierto tiempo. No investiga ni conoce la verdadera trayectoria del candidato a quien le da su voto. Vota por motivos estrictamente emocionales, como un animal que ha sido programado por la naturaleza para actuar de una cierta manera.
Para el analfabeto político investigar, enterarse de lo que verdaderamente está ocurriendo en su sociedad es una pérdida de tiempo. Esta ignorancia hace que sea controlado y manipulado fácilmente por las élites que, en casi toda sociedad, quieren llevarse la tajada grande de las riquezas de una nación. Esas élites controlan los medios de comunicación de masas en los cuales se repiten constantemente los slogans que los poderosos quieren hacerles creer a los ignorantes.
El analfabeto político no entiende, ni quiere entender, que la calidad de la educación para sus hijos, el acceso a un buen cuidado médico, el derecho a la alimentación, a un medio ambiente libre de contaminantes, y los derechos individuales que deben primar en un estado de derecho dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político se queja del alto costo de la vida, de los combustibles y de otras injusticias en su sociedad. Pero frente a estos problemas adopta una actitud pasiva. No sabe, el tonto, que lo único que ha cambiado el curso de la historia ha sido siempre un pequeño grupo de personas que se han enfrentado a los poderosos. Tampoco entiende el valor del esfuerzo individual. Una mujer negra en Estados Unidos, Rosa Parks, decidió un día no ceder el asiento en que estaba sentada en un autobús a un hombre de raza blanca, como era la costumbre, porque entendió que ella tenía tanto derecho como las personas de raza blanca a ser tratada con dignidad. Ese día fue arrestada y detenida. Pero su acto de valor encendió la chispa de los derechos civiles en Estados Unidos que, con el tiempo, terminó con la segregación y la discriminación de las que eran víctimas las personas de color negro.
El analfabeto político deja todas las decisiones que afectarán su vida y las vidas de otros en manos de políticos profesionales. No se da cuenta que el político profesional debe su empleo a los votantes. Por consiguiente, el más encumbrado político no debe ser tratado como un semidiós, sino como un asalariado del pueblo.
La actitud del analfabeto político frente a los poderosos es la de un siervo. Le pide, no le exige que cumpla con su trabajo. El presidente y el congreso son para él algo así como la nobleza de la Edad Media en la que había un rey, una clase noble, y un clero cuyas decisiones no se cuestionaban.
Hoy día es fácil controlar mentalmente al analfabeto político. Los sectores de poder disponen actualmente de las más poderosas drogas jamás inventadas para embrutecer a una población: ahí están las redes sociales donde se practica un narcisismo jamás visto en la historia de la humanidad. Están también los frívolos programas de televisión llenos de banalidades que lo alejan de la discusión de los temas que verdaderamente importan. El analfabeto político consume esta dieta de temas insustanciales que lo lleva a no pensar y a vivir sumergido en un escapismo como quien está bajo la influencia de un poderoso narcótico.
La formación del analfabeto político empieza en el hogar con un padre o una madre dedicados a los pasatiempos triviales que ofrece nuestra época: a la discusión de los últimos chismes de celebridades, al deslizamiento constante del dedo sobre la pantalla del teléfono celular para ver las aberraciones más recientes que ofrecen las redes sociales, a la asimilación de un discurso individual que predica que solo importa lo mío y lo de mi familia.
Nuestra falta de instituciones sólidas y la corrupción rampante que ha prevalecido en nuestro país han reducido al analfabeto político a la categoría de un limosnero al que se le seduce con dádivas. Les pide favores a los políticos como mendigo que pide una limosna. De ahí que en nuestro país se les entregue sumas astronómicas a los diputados para dar regalos en el Día de las madres, y míseras canastas de comida en Navidad.
Una pregunta surge a raíz de estas disquisiciones: ¿para qué educamos a las futuras generaciones? Los antiguos griegos enseñaban disciplinas como la retórica y la oratoria que preparaban a quienes las estudiaban para la participación cívica y el debate público. Nosotros no educamos para esto. Educamos a ciudadanos que terminan entregados a una cultura hedonista e individual. Caldo de cultivo para analfabetos políticos.
Porque los individuos más peligrosos para los sectores de poder son los que cuestionan y piensan. Lo contrario de los analfabetos políticos.