En los inicios del año 1953, llegó a Río San Juan un nuevo inspector de sanidad, de nombre Luis Gómez, que venía a sustituir por traslado a Tomás Pérez (Mella). Acompañaba a Luis su esposa Virgen Font Frías, ambos nativos de La Romana y la familia de ella personas de buena posición económica, con grandes cultivos de coco en la isla Saona.
Quien estas notas escribe contaba con 8 años de edad, pero recuerdo muy bien aquella bonita y joven pareja, pues Luis era uno de los asistentes que cada mañana se reunían en la cocina de nuestra casa a tomar café, que mama gustosamente le brindaba.
Luis, ameno conversador y siempre haciendo anécdotas de algunos personajes de su pueblo. Ella por el contrario, siempre callada y luciendo triste y melancólica.
Le achacaban su tristeza a la falta que le hacían sus familiares y su lejano hogar.
Se mudaron Luis y Virgen en una casa de madera propiedad de Quevedo Frómeta, frente al rompeolas y colindando con los Tucker-De Salas y los Alonzo-Méndez.
Caminaba Virgen cada día de su casa a la casa de Doña Lilia Alvarado de Balbuena, con un pequeño recipiente donde llevaba la leche que compraba. Ese día 16 de abril de 1953, a eso de las 10:00 de la mañana, pasó Virgen por el frente de los muchachos que estábamos allí al frente del ayuntamiento, entre ellos Cuquito Alonzo y Félix Figueroa Prats, que eran mis compinches habituales.
Vimos a Virgen de regreso y debajo de aquella mata de framboyán la vimos detenerse y verter en la olla de la leche un sobre de polvo que traía en una mano y tomar la leche de un modo rápido. Caminó unos cuantos pasos más y frente a la casa de Mino Alonzo cayó su cuerpo para no levantarse más.
Se le avisó a Luis, quien acudió corriendo, pero todo fue inútil. Virgen se había suicidado tomando Estricnina, de la misma que usaban los inspectores de sanidad para eliminar los perros sin dueño.
A partir de ese momento comenzó uno de los hechos que pusieron a todo el poblado en tensión y angustia.
En esos días había estado lloviendo torrencialmente y los ríos, tanto por Gaspar Hernández como por Nagua, no daban paso.
Al informar por telegrama a sus familiares, lo más que pedían era que no la sepultaran, que ellos venían por el cadáver.
Los familiares llegaron a Puerto Plata con la idea de llegar a Río San Juan en barco, pero el mar estaba tan embravecido que esta idea fue descartada.
Se colocó el ataúd en la sala y debajo del mismo se colocaron varios bloques de hielo para conservar el cadáver en lo que el temporal pasara.
Al segundo día de muerta y por disposición del doctor Bencosme, médico sanitario, se ordenó sepultar a Virgen en el cementerio local, en ese entonces ubicado donde hoy esta la llamada playa del cementerio.
Justo al año de haber sido sepultada, llegaron sus familiares al pueblo y contraviniendo normas legales, trajeron una autorización para exhumar el cuerpo y trasladarlo a La Romana.
A ese tiempo, un cuerpo no ha completado su ciclo de descomposición, pero ellos trajeron unas herméticas lonas, pusieron el ataúd dentro de ella y en la cama de una camioneta depositaron el cadáver y por el camino de Cabrera salieron sin decir palabras, camino a La Romana con su querida Virgen.
Leyendo una breve reseña del caso que hace el buen amigo Leoncio Bisonó en la página #529 de su libro Papeles de Rio San Juan dice: “la occisa dejó una carta que redime de responsabilidad a toda persona y que la extinta era reincidente en esta debilidad mental”. Lo que hoy llamamos Depresión Patológica.
Es indispensable la existencia de un solo volumen (libro) de los relatos del Dr. Perozo, con quien no he tenido el placer de conversar, pero que admiro profundamente por su estilo en los relatos sobre la historia de Río San Juan.
Muy buena historia me gustó mucho
De acuerdo!
Muy buen artículo
Dónde puedo conseguir ese libro??
Muy bueno el relato.